Un prisma metódico.

Quien llega a conocer un poco a Lourdes Almeida, además de su amabilidad y don de gente, se dará cuenta que es ordenada casi hasta la obsesión, con un afán por guardar testimonios personales y profesionales como un preciado tesoro. Es síntoma de ser un sujeto que entiende la fuerza de la historia como información y esencia de la vida, por eso eligió ser fotógrafa como profesión.

A pesar de que sus inicios en arte fueron como pintora cuando era estudiante, su trabajo se orientó desenvolviéndose como fotógrafa editorial para muchas instituciones públicas y privadas en libros de artes y cultura o en revistas de este corte, donde fue madurando su oficio en la cámara y su ánimo de catalogación, dando un peso importante en cuestiones tecnológicas: la iluminación, los tipos de impresión y los resultados en cada tipo de cámara de modo profesional. Este despliegue fue simultáneo a su carrera como artista.

Lourdes Almeida es una creadora de múltiples facetas. También desarrolló pininos en el cine, como escenógrafa, ambientación y vestuario; donde obtuvo tres Arieles en 1988 en tales categorías.

En un momento en el que ocurría en la escena del arte nacional, la transición del neomexicanísimo en pintura para el arte conceptual de los noventas y con eso también, la transición de las artes plásticas en visuales; se va gestando una mirada más incluyente de las formas de representación, más híbridas y multidisciplinarias, como un nuevo aliento del arte de los años setenta. 

En ese contexto, se anima una de las más conocidas facetas de esta artista: el ser una pionera en la fotografía construida en México, junto con Gerardo Suter y Javier Hinojosa y reconoce en Lourdes Grobet una inspiración. 

La fotografía construida se perfiló para afianzarse, como una especie de némesis ante la fotografía documental, que era la manera hegemónica de apreciar a la fotografía en ese entonces.  La fotografía construida, como concepto, tiene una historia muy antigua, que se desarrolló paralela a la fotografía documental. 

Desde la óptica del arte, la fotografía documental tiene sus raíces en el fotoperiodismo. A grosso modo, hacía un recuento de los sucesos especiales que se suscitaban cada día. Dependía de la luz que los eventos apuntados tenían, por eso el espacio público y la calle eran su ámbito ideal; la inmediatez del suceso se traducía con el reflejo de la realidad y la arbitrariedad o lo fortuito, era su importa. Era en suma, un atestiguamiento histórico y vestigio. 

La foto construida, cuyo símil previo fue la fotografía de estudio, tenía visos desde la pintura, por ejemplo, como era tratada la naturaleza muerta o el retrato heráldico; otra influencia era el cine. Es una fotografía pensada a priori, metafórica, con un carácter de autor.

Se definía por una área aplicada como “atmosfera o ambiente”, donde se colocaban personas u objetos previamente seleccionados y se implementaban recursos técnicos a la cámara como reforzamiento visual, la iluminación artificial calculada o prescrita durante la exposición fotográfica, la combinación de presentaciones (análogo, digital, polaroid), también se vale de recursos como el collage, la instalación o el arte objeto con la fotografía, para expresarse; en suma, es una especie de escena orquestada por el fotógrafo.

Dicho sea de paso, la fotografía construida puso en cuestión la artificialidad de la foto documental,  que se consideraba cómo fotografía real y "sin maquillaje". Pero desde el ángulo donde se toma una foto, lo seleccionado dentro del encuadre que discriminaban aspectos de la realidad circundante, son algunos de los mecanismos para debatir qué tan real es lo que se captura. 

Por supuesto, la foto construida es una manera distinta de mirar a la fotografía y lo que es retratado. Esta aproximación es la que permea la obra de Lourdes Almeida, pero distintas circunstancias confieren otro acento en algunas de sus series fotográficas, como la aquí presente.

Para los que han visto ejemplos de la obra de Lourdes, pueden percatarse dos motores de significación importantes: de familia y otras causas sociales como huella histórica, a las cuales diserta artísticamente.  

Una parte de su obra refiere a la fotografía construida, muy lúdica con tintes surrealistas y simbólicos en que los recursos digitales son una herramienta importante, sobre todo en las que interviene como actor su familia. El circo, bichos, corazones, ángeles o quimeras aparecen en el cosmos de ensoñación que rememoran a libros para niños, pero con un toque interpretativo adulto y creativo evidente. 

Otra parte de sus obras, revelan que su quehacer tiene una dosis importante de la fotografía documental, pero siempre con guiños de los recursos aprendidos por la fotografía construida. En series como la emblemática “Retrato de familia”, la más reciente que aborda la migración y la frontera o en la expuesta aquí, el valor testimonial es contundente.

Lourdes proviene de una familia donde la presencia femenina es notoria y pertenece a una generación intersticial que transcurría en un contexto social y político árido, implosivo. 

El feminismo de los años sesenta y setenta en el mundo, que luchó por garantías civiles igualitarias, se convirtió en un eco sordo en los años ochenta. Dentro de algunas mujeres universitarias o instruidas en México, más o menos generó cambios significativos en su percepción y su conducta social.  Por esto algunas decidieron reconfigurarse a través de asociaciones civiles y pelear por sus derechos por la vía democrática u organizada en los años ochenta, ante un orden político y cultural rancio, que se iba remendando con el tiempo para seguirse perpetuando.

Alfredo Matus. Barrio de Tepito, noviembre de 2019.